Badur Hogar: “ligereza con una buena dosis de amargura”

Este martes, el Espacio INCAA de la sala Caviglia, proyectará el film dirigido por Rodrigo Moscoso y presentado en el último Bafici. “Badur Hogar está planteado como una comedia romántica, con elementos que complejizan la trama”.

La película transcurre en la capital salteña, de donde el realizador y coguionista es oriundo. 

El título de esta película puede interpretarse de varias maneras, y sin embargo siempre lleva a lo mismo. A los 30 y pico, Juan Badur no tiene casa, mujer ni trabajo estable. Tal vez si trabajara en Badur Hogar, “la casa de artículos para el hogar más grande de todo el Noroeste”, según asegura su padre, podría resolver la ecuación. Bah, al menos el primer y último términos. Pero su padre cerró Badur Hogar, así que no hay chance. Está también el hogar de los Badur, donde Juan prefiere no estar, para proteger su vida privada del irrefrenable intervencionismo materno. La escapada de Juan es paradójica, por decir lo menos, ya que huye del hogar de los Badur para ir a parar a Badur Hogar. Juan usa a la empresa familiar de abrigo nocturno, aprovechando una cama King que alguna vez estuvo en exposición. Es allí donde viene a cuento el tercer factor de la ecuación, el del medio, dando la tercera interpretación posible del título. 

Los elementos en juego no dejan dudas en cuanto al carácter de comedia romántica del demorado opus 2 de Rodrigo Moscoso, que transcurre, como su ópera prima, en la capital salteña, de donde el realizador y coguionista es oriundo. Su film inicial, Modelo 73, es algo así como una pionera secreta del alguna vez llamado Nuevo Cine Argentino. Como bien señala Ezequiel Boetti en su entrevista al realizador, el Bafici ni siquiera se llamaba así todavía cuando Modelo 73 se presentó allí, en 2001. De 1999 es Mundo Grúa, por ejemplo. De 2002, La ciénaga. En el medio, Modelo 73. Que tardó cuatro años más en llegar a la cartelera, y se fue pronto de allí. ¿Quién quiere ver una película salteña que no sea de Lucrecia Martel? Nadie, o casi nadie, por lo visto. ¿Quién querrá ver Badur Hogar, presentada en Competencia Oficial del último Bafici? Es de desear que sean más, lo van a pasar bien.

¿Es Badur Hogar una película para pasarla bien, un crowd pleaser? Lo es en parte, gracias a elementos puntuales. La ligereza (en términos de peso específico, no de velocidad), el sex appeal de Bárbara Lombardo, algún secundario pintoresco por allí. Pero hay buenas dosis de crítica y amargura en ella, contrabandeadas entre los pliegues genéricos. El género y sus componentes: un hombre dubitativo y una mujer resuelta; un primer encuentro peor imposible; la inesperada iniciativa de la dama; un codazo en la cara inintencional, pero codazo al fin; algún personaje excéntrico y, sobre todo, el hecho de que todos mientan. O casi todos. Juan (Javier Flores) trabaja en uno de esos empleos que no suelen ser permanentes: limpiezas de piscinas. A propósito de las piscinas: la Salta que muestra Moscoso, tal como la que asomaba en Modelo 73, no es la de los changuitos y los trabajadores de viñedos, sino más bien la de los propietarios de esos viñedos (o industria o comercio equivalentes). ¿Está mal que la película se encierre en ese ambiente, y no muestre nada del otro? No, cada ficción elige su recorte.

Juan trabaja en sociedad con su amigo Gaspar (Nicolás Obregón), tal vez el único personaje que habla la lengua de la calle. Y que resulta por lo tanto sumamente gracioso. Juan traba contacto de modo azaroso con Luciana (Lombardo), en un primer encuentro catastrófico que ella, contra todos los pronósticos, se ocupará de revertir. Como en las comedias de Howard Hawks y las de Truffaut, en Badur Hogar las mujeres llevan el rol cantante, mientras ellos (él) dudan, disimulan, permanecen estacionarios, no saben bien qué hacer. Juan estudió un montón de cosas disímiles y las abandonó todas, por lo cual ahora debe conformarse con meros rebusques. Cuando aparece un viejo amigo de la secundaria, hoy empresario exitosísimo (Daniel Elías), Juan intenta escaparle al reencuentro. Para evitar la comparación con el otro, miente. Luciana es porteña, no está muy claro que está haciendo allí ni a qué se dedica (un “pecado de origen” del género), pero lo que es seguro es que es resuelta, tiene un tatuaje de Hermética en una nalga y a la hora de mentir es mil veces mejor que él. Y más divertida. 

A la falta de información sobre ella debe sumarse algún episodio que no se sabe muy bien a qué viene, como ocurre con una operación no precisamente sencilla. Contrariamente, algunos personajes revelan facetas insospechadas (el de Martín), funcionan como divertido contrapunto (la hermana que odia indefectiblemente) o lisa y llanamente se revelan (el padre de Juan), dando lugar de paso a una sintética radiografía de la inmigración de principios del siglo XX en Argentina, y a las relaciones de sumisión que los hijos  de segunda generación solían establecer con aquellos inmigrantes patriarcales. Las actuaciones son parejamente excelentes, con particular lucimiento de la pareja protagónica (Bárbara Lombardo muestra unas ganas de diversión desconocidas), así como Daniel Elías, capaz de dar vuelta a su personaje sobre sí mismo, y Cástulo Guerra, uno de esos actores que parecen saber exactamente qué y cómo hacer en cada escena.

Badur Hogar se presentará a las 18.00 Hs. en Espacio INCAA Sala Orestes Caviglia (San Martín 251– Subsuelo). Entradas: $30 y $15.

Por Horacio Bernades para Página|12

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